martes, 8 de mayo de 2007

El Buen Combate por Paulo Coelho

SUEÑOS. El hombre nunca puede parar de soñar. El sueño es el alimento del alma, así como el alimento del cuerpo es la comida. En muchas ocasiones vemos cómo se rompen nuestros sueños o se frustran nuestros deseos, pero es necesario continuar soñando, pues en caso contrario nuestra alma se muere, y Ágape no penetra en ella. Ágape es el amor universal, aquel que es más grande y más importante que el sentimiento de simpatía por alguien concreto.

El Buen Combate es aquel que se entabla porque nuestro corazón lo pide. En los tiempos heroicos esto era más fácil: había mucha tierra por recorrer, mucho que resolver y mucho que construir. Sin embargo, hoy día el mundo es diferente, y el Buen Combate se trasladó de los campos de batalla al interior de nosotros mismos. El Buen Combate es el que se entabla en nombre de nuestros sueños. Cuando estos revientan en nuestro interior con toda su fuerza (en la juventud) nos sentimos muy valientes, pero aún no sabemos luchar. Después aprendemos a luchar, pero ya no contamos con el mismo valor para combatir. Por eso nos volvemos contra nosotros mismos y, combatiéndonos, nos convertimos en nuestros peores enemigos. Alegamos que nuestros sueños eran infantiles o difíciles de llevar a cabo. Matamos nuestros sueños por miedo a combatir en el Buen Combate.

El primer síntoma de que estamos matando nuestros sueños es la falta de tiempo: Las personas más ocupadas que he conocido en mi vida eran las que al final siempre conseguían tiempo para todo. Por su parte, los que no hacían nada siempre andaban cansados, el tiempo nunca les llegaba para lo poco que tenían que hacer, y se quejaban de que los días eran demasiado cortos. Lo que les pasaba era que tenían miedo de combatir en el Buen Combate.

El segundo síntoma de la muerte de nuestros sueños son nuestras certezas. Solo por el hecho de no querer tomar la vida como una gran aventura en la que hay que embarcarse, ya nos consideramos sabios, justos y correctos en nuestras pequeñas parcelas de existencia. Miramos hacia el exterior de las murallas de nues- tra vida diaria y oímos el ruido de lanzas que se rompen, sentimos el olor del sudor y de la pólvora, vemos las grandes caídas y las miradas sedientas de conquista de los guerreros. Pero nunca percibimos la alegría que hay en el corazón del que está luchando, pues para estos no importa ni la victoria ni la derrota, sino combatir en el Buen Combate.Por último, el tercer síntoma de la muerte de nuestros sueños es la Paz. La vida se transforma en una tarde de domingo, sin grandes exigencias, que no nos pide más de lo que queremos dar.

Pensamos entonces que hemos alcanzado la "madurez" y logrado nuestra realización personal y profesional. Nos sorprende que alguien de nuestra edad diga que aún espera determinada cosa de la vida. Pero en lo más hondo de nosotros mismos sabemos que lo que ocurrió fue que renunciamos a luchar por nuestros sueños. Al renunciar a nuestros sueños y hallar la paz, entramos en un periodo de tranquilidad. Pero los sueños muertos empiezan a pudrírsenos dentro, corrompiendo a continuación todo el ambiente en el que vivimos. Comenzamos a comportarnos con crueldad con los que nos rodean, y llegamos a dirigir esta crueldad contra nosotros mismos. Aparecen las enferme- dades y las psicosis. Lo que queríamos evitar en el combate (la decepción y la derrota) pasa a ser el único legado de nuestra cobardía. Y, por fin, un día, los sueños muertos y podridos enrarecen el aire haciéndolo difícil de respirar, y empezamos a desear la muerte, la muerte que nos librase de nuestras certezas, de nuestras ocupaciones, y de aquella terrible paz de tardes dominicales.

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Un closeup de Pao

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